“¡El que tiene suerte es Lanito, que se va para América!”

Laureano López Lois Cantautor emigrado en Argentina Naceu en Maside O seu avó paterno foi o último alcalde de Maside na II República

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Artigo : “¡El que tiene suerte es Lanito, que se va para América!”

“El exilio de sus padres –y el propio- para un niño de nueve años es puro desconcierto; una alucinación; un despojo.

Yo sabía o, tal vez, presentía, que mi padre era rojo, que mi abuelo había sido rojo, que mi familia estaba teñida por ese color radical, rotundo, inquietante (más tarde, ya lejos, pude completar, retazo a retazo, esta historia). Además, me lo hacían saber, me lo gritaban, los otros niños al menor atisbo de altercado infantil.

El indeseable itinerario comenzó para mí con un aviso, una tarde, en la peluquería de don Inocencio, cuando, esperando mi turno, escuché de la boca ingenua de Milucho aquel anuncio lacerante: “¡El que tiene suerte es Lanito, que se va para América!”.

A los pocos días, camión que parte de Maside en una madrugada oscura camino hacia Vigo; luces de mi pueblo que se pierden en un recodo; puerto expulsor; barco italiano; océano abismal; mar marrón (que después supe que era río); megalópolis de destino, y, a poco de llegar, ¡gallego de mierda!, como para ir sabiendo a qué atenerse.

Y a partir de allí, un crecer inercético, casi ajeno, con el retorno por horizonte y por bandera.

Y, entretanto, la búsqueda de paliativos: agruparse en entidades de la emigración; practicar el folklore; hablar en gallego con quien se pudiera. En suma, abroquelarse, cobijarse entre los partícipes del transtierro, emigrantes o exiliados, como en una comunión de la pena.

Pero, también, reproducir en la lejanía, bajo la forma de discusiones y peleas, la disputa cainita, que se había colado en las maletas sin visos de abandonarnos. 

Y así, año tras año, abrigando el ansia permanente de que mi país abandonara las tinieblas.

Y un día se hizo la luz.

A mi padre lo pilló en postrimerías. No le dio tiempo la muerte para volver a donde debía volver.

En mi caso, quiero dejar constancia de un fenómeno íntimo difícilmente expresable. Con el paso del tiempo fuera del país, en un momento impreciso, insensible, algo perturbador acontece. El deseo vehemente de regresar se congela. El desarraigo se encarna y ya es imposible el retorno aunque se vuelva. Puedo testimoniarlo con toda crudeza porque lo he experimentado. Cuando el desarraigo se arraiga no hay regreso posible.”.