Viajeros al tren

Miguel Mosquera Paans, escritor

Cualquiera que circule por una autopista analizando su hechura, comprobará la existencia de un  sistema estratificado de gravas para la consolidación, pavimentado y resistencia del firme; el drenaje,  la canalización en las márgenes de la vía, los peraltes, arcenes y elevaciones que evitan que animales salvajes invadan el trazado provocando un accidente, a lo que se suman puentes, viaductos y túneles, que salvan los accidentes geográficos. Aunque también podrá apreciar un sistema de peajes además de las señales indicativas del kilómetro donde en ese momento el automovilista se encuentra, junto con la oportuna información de las distancias que lo separan de los distintos destinos. Es muy posible que incluso, a lo largo del recorrido, pueda ver distintos carteles donde se expone lo relativo a qué institución la financió, la cuantía de la obra, y probablemente asimismo, el nombre del titular de la cartera ministerial que ejecutó la construcción.

Lo extraordinario es, fuera de toda duda, que haciendo una comparación, dejando al margen alguna mejora tecnológica como el uso de derivados petroquímicos como el asfalto obtenido por destilación de crudo en sustitución del mortero, o el reemplazo de  miliarios por los actuales hitos kilométricos en metal, poca diferencia hay entre la más moderna autopista y una vía romana, que incluía a la entrada de las poblaciones un pavimentado en losa para moderar la velocidad de los carros y jinetes.

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