Ministerio de tozudez

Miguel Mosquera Paans, escritor


Ahora que España al fin exporta el modelo de país de pandereta en el que no dimite ni dios, aún apuntando todo u pelotón de fusilamiento, ahí está Boris Johnson obstinado, tenaz, testarudo,  obcecado, tozudo, cabezota y porfiado pero invicto, amarrado al portal de Downing Street como si en ello le fuera la vida, negándose a dimitir por haber participado en reuniones ociosas, sin mascarilla y con la alevosía de tener desatado un caos en el Reino Unido por culpa de la última ola Covid-19. Pegado como una lapa a la piedra, el Premier inglés se ha mostrado como alumno aventajado de los políticos españoles.

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Para la posteridad quedará la maniobra del exministro Pedro Duque por escaquear impuestos a la Hacienda pública, por administrar un chalé y un piso a través de una sociedad interpuesta. O el sangrante caso de Pablo Echenique que, con una sentencia en firme por un delito contra los trabajadores, al contratar un cuidador en precario y en B, no hubo manera, no ya de despegarlo del escaño, que sonaría a chiste negro, sino a que renuncie al acta de diputado, mientras se le llena la boca escupiendo sapos y culebras, y señalando a cualquier otro que distraiga la atención sobre su impenitente situación.

Pero el que ahora está en boga es el ministro de Consumo capaz de conjugar todas las características del empecinado, con tal de no dimitir, aunque la mayoría del Ejecutivo lo mire por el rabillo del ojo, cuando no directamente lo descalifican como en el caso del ministro de Agricultura, Pesca y Alimentación, quien le recordó a Garzón en un programa de radio que, si hay una voz autorizada para divagar cobre alimentación es él.

Pero el titular de la cartera de Consumo, lejos de dejarlo correr haciéndose el longuis como en su día optaron Duque o Echenique, carga sin desmayo ni remordimiento, declinando todas las posibilidades de la terquedad elevada a la quinta esencia del razonamiento obtuso. Borrico, cabezón, cabezudo, cerril, contumaz, recalcitrante, discutidor, impenitente, incorregible, insistente, obcecado y pertinaz, como gato panza arriba tira la pedrada contra el PSOE y el PP, mientras sus correligionarios entonan la amenaza velada de que sacrificar a Garzón, por muy justo que sea, le podría costar la estabilidad y un disgusto al gobierno de Sánchez. He aquí el meollo del asunto porque, defendiéndose  con uñas y dientes, se conoce que el ministro de Consumo tiene las posaderas tan asentadas en el escaño, que no hay quien lo despegue ni con agua hirviendo.

Lo dramático, al margen del daño irreparable al país y a la producción agropecuaria nacional, es la muestra palmaria de su absoluta ignorancia sobre el tema, recordando que cualquier texto fuera de contexto es un pretexto, como cuando unos veganos viralizaron en la red unas imágenes de cerdos enfermos destinados a consumo humano, cuando en realidad la grabación era la de un lazareto, una instalación que existe en todas las granjas, donde se recluye a los animales enfermos mientras se les aplica el oportuno tratamiento veterinario hasta que, una vez recuperado y tras superar el período de seguridad para que elimine cualquier resto de fármaco, se reincorpora a la sección de cebo y cría.

Como se puede apreciar algo totalmente alejado del maltrato animal, desde el momento y hora en el que la producción requiere una inversión que no es para perder, mientras existen un control sanitario muy puntilloso en los animales de sacrificio.

Esa es el siguiente emperramiento de Alberto Garzón, quien por no admitir una tremenda metedura de pata que en política se paga dimitiendo, se limita a poner de relieve su absoluta ignorancia en lo que a cría, cebo, estabulación, transporte y sacrificio animal se refiere, además de desconocer cuestiones tan elementales como la trazabilidad. Queda claro que el problema de Garzón no es ya desconocer que la enfermedad del ignorante es no ser consciente de su propia ignorancia, sino no darse cuenta de que los cántaros hacen más ruido cuanto más vacíos están.


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