Ahorro de energía en el alumbrado público

Pablo Álvarez Guillén é Enxeñeiro Agrónomo pola Universidade Politécnica de Madrid.

Si en el artículo anterior traté el tema del ahorro de energía en los domicilios particulares, en esta ocasión lo haré en los espacios públicos, analizando la iluminación de nuestras calles y plazas.

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Para nosotros es algo normal darle a un interruptor y que se encienda la luz. De la misma forma que es normal andar por la calle de noche y que las farolas alumbren nuestro camino. Sin embargo, el alumbrado público no siempre ha funcionado de la misma manera.

El fuego fue la primera fuente de iluminación. Primero sería la antorcha, la mecha para quemar grasas o aceites, la vela, la mecha de queroseno y, posteriormente, el gas. En España, el primer alumbrado público se realiza en Madrid, en el año 1832, cuando se instalaron más de cien farolas de gas para iluminar las plazas y calles más relevantes de la ciudad. El fuego como sistema de iluminación desaparece cuando Thomas Edison construyó la primera lámpara en 1879. El cambio de gas a electricidad como sistema de iluminación llegó a principios del siglo XX.

Durante el siglo XX se fueron implantando diferentes tecnologías de iluminación eléctrica (vapor de mercurio de alta presión, de sodio de baja y alta presión y de descarga de halogenuros metálicos), que han ido conviviendo hasta nuestros días con mejor o peor suerte. Y en el siglo XXI, el alumbrado público de la mayoría de las poblaciones españolas está basado en la iluminación LED (diodo emisor de luz, del inglés, light emitting diode).

Si bien la principal razón para la implantación de la tecnología LED es económica, porque propicia un ahorro de energía eléctrica de entre un 40 y un 60 por ciento, lo cierto también es que se ha dado el paso hacia este tipo de iluminación en busca de una mayor sostenibilidad. Sin embargo, una de las consecuencias de su implantación es que hace que el nivel lumínico aumente drásticamente, que las noches sean cada vez más brillantes, y que se produzca lo que se denomina contaminación lumínica, un fenómeno reconocido por la ONU como un subtipo de contaminación del aire.

La contaminación lumínica va contra los principios de sostenibilidad que la implantación de la tecnología LED intenta conseguir, especialmente por dos motivos. Económicamente, en tanto en cuanto al aumentar el nivel lumínico por encima de lo que es necesario se produce un despilfarro de energía eléctrica. Ambientalmente, en la medida en la que los seres vivos, incluidos los animales, ven alterado su reloj biológico -sus ciclos circadianos-, que son el día y la noche, con la presencia de altas cantidades de luz nocturna se desnaturalizan sus comportamientos (la denominada fototaxia).

El primero de los efectos mencionados parece poco discutible, considerando que el alumbrado público supone hasta un 40% de la factura eléctrica de los ayuntamientos, se malgastan los recursos públicos. Cuando se despilfarra energía eléctrica se derrocha el dinero de todos. El segundo de los efectos, la alteración medioambiental, requiere una mayor explicación.

Algunos de los impactos derivados de la contaminación lumínica son muy complejos y con consecuencias aún por determinar. Sin embargo, se han comprobado alteraciones en los organismos de los seres vivos, como los desajustes en la segregación de melatonina, la hormona del sueño, que pueden generar cansancio, nerviosismo e incluso trastornos en el estado de ánimo, estrés o depresión. Es decir, el exceso de luz artificial puede alterar nuestra salud.

Pero los humanos podemos bajar la persiana, mientras que el resto de los seres vivos no. Numerosos estudios demuestran que la iluminación artificial está alterando patrones de la actividad diaria tan básicos como el momento en el que se despiertan unas especies o se van a dormir otras. Los insectos, que se ven especialmente atraídos por el tipo de luz de los LED, son los más afectados; y en particular las polillas, fuente de alimentación de aves y murciélagos, y tan importantes o más que las abejas domésticas en su función polinizadora.

Por otra parte, los observadores de las estrellas entienden que en vez de los miles de éstas que son observables a simple vista en los espacios deshabitados, debido a la contaminación lumínica, desde las aglomeraciones urbanas apenas son perceptibles unas docenas. Es por ello, que cada vez son más amplios los sectores de la sociedad que están en contra de la “pérdida de la noche” y a favor de la oscuridad, y en contra de que la luz artificial desplace a la oscuridad natural que destruye “la serenidad de la noche”.

Bóveda celeste urbana y rural

Sobre esta cuestión, sería bueno reflexionar sobre las grandes diferencias entre el diseño de la iluminación en los países nórdicos y la de los países situados más al sur. En los primeros, el diseño de la iluminación prioriza la funcionalidad para el bienestar de las personas (tanto en cuestiones de ahorro energético y cumplimiento de estándares y normativas, como acerca de la percepción del ambiente). En los países del sur, quizás debido a lo acostumbrados que estamos a la abundancia de luz natural, se valora como muy positivo contar con una gran cantidad de luz artificial.

Cuantas veces hemos podido escuchar “que bien se ve, es como si fuese de día”. Esta diferencia de criterio entre el norte y el sur indica que, más allá de los parámetros mínimos e indispensables que proporcionan unas condiciones básicas de visibilidad y seguridad, los requisitos luminosidad esperados por los ciudadanos en un espacio urbano varían mucho dependiendo de su condición cultural. Son dos concepciones diferentes para solucionar las necesidades lumínicas de las personas.

Pero dentro del contexto de la contaminación lumínica generalizada del centro y sur de Europa, es evidente que O Carballiño no se escapa de esta tendencia. Por una parte, por la desmesurada densidad de farolas existente en sus calles y plazas, y por otra parte, por la carencia de regulación de la intensidad de iluminación.

Sobreiluminación por exceso de puntos de luz en calle Julio Rodríguez Soto.

En O Carballiño, con el fin de conseguir un sistema menos “energívoro”, se podría comenzar por reducir sensiblemente el número de farolas, manteniendo una luminosidad adecuada, siguiendo para ello lo señalado en la publicación Requerimientos técnicos exigibles para luminarias con tecnología LED de alumbrado exterior, del IDAE. Se trata de proporcionar una iluminación que tenga el suficiente alcance para poder visualizar el área que abarcamos visualmente, de forma que no existan ángulos oscuros que generen incertidumbre, pero al mismo tiempo que no proporcione una luminosidad excesiva.

Ejemplo de luz azul (LED frío) con sobreiluminación y deslumbramiento y de farola poco eficiente (ilumina la fachada del edificio). Las dos de elevada contaminación lumínica (dan luz por encima de la horizontal).  

Por otra parte, también se debe tener en cuenta que dentro de la tecnología LED hay diferentes tipos de luminarias. Las de mayor eficiencia son las más azuladas, que por otra parte son las de mayor impacto ambiental, más baratas y que producen un mayor deslumbramiento. En este sentido, con el fin de proteger el cielo nocturno y respetar los ritmos de los ciclos vitales de la mayoría de los seres vivos, las exigencias en términos de salud y confort aconsejan la utilización de lámparas que limiten los índices de deslumbramiento y que su temperatura de color no supere los 3000k (LED cálido).

Pero además, dentro de la tecnología LED también existe la posibilidad de controlar el sistema de alumbrado de forma que, además de incrementar los ahorros energéticos, permita recuperar la nocturnidad. Esto se consigue instalando una plataforma que monitoriza y gestiona todo el sistema de alumbrado público de forma remota. De esta manera, se puede tanto controlar el horario de encendido y el apagado de las calles, en base a la diferente salida y puesta solar a lo largo del año, como modular su intensidad lumínica reduciendo gradualmente su potencia incluso hasta un 60% en los momentos de la noche de menos tránsito.

En consecuencia, de lo anteriormente expuesto se deduce que reducir la contaminación lumínica sale más económico, tiene un menor impacto ambiental, y hasta permite volver a ver las estrellas en las zonas donde ya nunca es de noche porque hay un crepúsculo constante.

Por otra parte, llama poderosamente la atención que en la cuestión del ahorro energético, las Administraciones públicas no muestren la sensibilidad pedagógica que han desarrollado en otros casos, como puede ser en el del ahorro de agua, práctica que tan buen resultado ha dado al ser mayoritariamente interiorizada por la sociedad en sus hábitos cotidianos.

Es algo así como si sus responsables no fueran conscientes de la importancia y del valor de los cuantiosos recursos económicos y medioambientales que se despilfarran con un alumbrado público ineficiente. Aunque otra de las razones de esta falta de responsabilidad de las autoridades también podría guardar relación con la rentabilidad política, en tanto en cuanto la ciudadanía valora muy positivamente los excesos de luz artificial y, por el contrario, tiende a penalizar las situaciones que se limitan a proporcionar solo la luminosidad necesaria para garantizar las condiciones suficientes de visibilidad y seguridad.

Por último, también conviene recordar la trascendencia de la ejemplaridad de las Administraciones públicas. Si bien, en este caso lo hacen de forma negativa, puesto que, en la medida que mantienen o en ocasiones potencian un ineficiente y contaminante alumbrado público, no solo derrochan los recursos públicos, que lo hacen, si no que están influyendo en el fortalecimiento y agudización de un comportamiento social de la ciudadanía extremadamente favorable a convivir con la contaminación lumínica.


Curriculum de Pablo Álvarez Guillén:

Pablo Álvarez Guillén é Enxeñeiro Agrónomo, pola Universidade  Politécnica de Madrid, na Especialidade de Economía Agraria. Consultor  medioambiental especialista en ecoloxía aplicada e en servizos  ecosistémicos.

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