A opinión de Míguel Mosquera Paans: “El Plaza”

Miguel Mosquera Paans, escritor


En Villablanca de los tres cantos del castillo trabajaban ocho operarios en la fábrica de baldosas. Todos ellos vivían en la misma barriada popular en casas obreras prefabricadas. Todos tenían el mismo salario, estaban casados y tenían un hijo, que formaban una bonita pandilla. Los ocho muchachos estudiaron en el mismo colegio público, discurriendo por distintos caminos al terminar la enseñanza obligatoria. Juan se empleó como albañil. José se metió de empleado en una tienda de calzado. Jaime y Jacinto se fueron voluntarios a la mili y aprovecharon para hacer electricidad uno, mientras el otro se sacaba el carné de conducir camiones. Ernesto se decantó por hacer formación profesional de mecánica y Germán de ebanistería. Roberto fue a la Universidad Laboral para ser delineante, y Andrés marchó a Madrid a estudiar ingeniería industrial.

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Finalmente los ocho se asentaron en el pueblo, reuniéndose siempre al final de la jornada en el bar Plaza para tomar una copa, cuya suma diaria era de 64€. El dueño del Plaza estaba encantado: entre la cuadrilla de los ocho y diez clientes más, juntaba lo suficiente para comprar buenas camisetas. Con la venta al hostelero, el de la mercería adquiría pan, el panadero compraba zapatos, y éste unas píldoras para el dolor de huesos en la farmacia. Con sus beneficios, el farmacéutico se iba al Plaza a tomarse una copa.

Con el tiempo llegó una crisis económica, de modo que Juan, José y Jacinto se quedaron sin trabajo, pero como seguían manteniendo aquella vieja camaradería continuaron yendo al Plaza, de manera que los tres desempleados no pagaban, Jaime pagaba 1€, Ernesto y Germán pagan 5€ cada uno, Roberto 10, y Andrés, el más rico de todos, los 43€ restantes.

El dueño del Plaza estaba muy preocupado porque de todos los clientes sólo le quedaban la pandilla y el farmacéutico. Para conservarlos le ofreció a la cuadrilla un descuento de 10€, quedando la cuenta diaria en 54€. Juan, José y Jacinto siguieron sin pagar nada, a quienes se sumó ahora también Jaime. Ernesto y Germán pasaron a pagar sólo 4€ por cabeza, a Roberto le quedó en 8€, y Andrés pagaba ahora 38€.

Una noche en que estaban charlando, Juan, José y Jacinto se quejaron porque, a pesar de la rebaja del dueño del Plaza, a ellos no les había supuesto ninguna ventaja. Ernesto, Germán y Roberto se lamentaron de que para ellos la rebaja era prácticamente nula, mientras Jaime, que ahora tampoco pagaba nada, protestó enérgicamente porque el mayor ahorro había sido Andrés, considerando injusto que siendo el más pudiente se beneficiara de la mayor bonificación. De nada le valió a Andrés justificarse argumentando ser quien más pagaba. El ambiente continuó calentándose y de las quejas pasaron a las ofensas, insultando con dureza a Andrés.

Como de costumbre, la noche siguiente la pandilla fue al Plaza. Todos excepto Andrés, que ante la expectativa de verse de nuevo vituperado prefirió irse a 15 kilómetros, a Valdemorillo de la Fuente, para tomarse su copa en el bar Avenida. Pero cuando tocó el momento de pagar, la cuadrilla se encontró con que no tenía dinero suficiente, ya que quien siempre había pagado casi todo era Andrés. Así fue como los siete restantes dejaron de ir al Plaza y el dueño tuvo que cerrar. Claro está, dejó de comprar camisetas, por lo que el de la mercería ya no pudo comprar pan, el panadero se quedó sin zapatos, el zapatero sin pastillas, y el farmacéutico sin copa al final del día.

Por el contrario, el dueño del bar Avenida estaba encantado con tener en Andrés un nuevo cliente ya que ahora, además de la compra habitual por todos los establecimientos de Valmorillo, le permitía adquirir el periódico a diario. En conclusión, penalizar a los ricos con más impuestos sólo sirve para que se marchen a Valdemorillo, dejando arruinados a los de Villablanca. Si el Gobierno ofrece una rebaja del 1%, al que gana 30.000 € le suponen 300€ y al que ingresa 300 millones son 300.000€. No es que el rico se beneficie de mayores descuentos, es simplemente que aporta más permitiendo

que todos ganen. Moraleja: antes de cambiar de caballo en medio del río, Sánchez y sus socios botarates deberían tener muy presente a Abraham Lincoln cuando dijo que no se puede ayudar a los pobres arruinando a los ricos.


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