
Juan Lois Mosquera
Como muchos quizás recuerden, entorno a los años 1945-50 los entierros de las personas que fallecían y residían en nuestro Asilo de los Desamparados que se celebraban se celebraban por la mañana. El entierro de los ciudadanos que no residían en aquel lugar, normalmente, se llevaban a cabo por las tardes por la tarde y los funerales por las mañanas
Aquellos entierros de las personas que fallecían en nuestro Asilo, salvando las distancias, (no muchas) parecían imágenes similares a las de las películas de nuestro Gran director de Cine, Luis Buñuel
Los ataúdes no se llevaban, tal como se hace ahora, en los actuales automóviles exprofeso para ello., En aquella época, en su lugar, se usaba un carro de madera tirado por un caballo blanco. Este caballo blanco, era propiedad del que fuera antiguo cura de Banga, Don Manuel Guerra, el cual, luego, con posterioridad, fue trasladado desde aquella parroquia-Banga- para el Asilo de Ancianos y con él, se trajo el citado caballo.

El carro de madera, en el cual se trasladaban los ataúdes de las personas fallecidas en el Asilo, se utilizaba, asimismo, para que las monjas recogieran por la comarca (ropa y comida) para reforzar las débiles provisiones de que disponía.
Este carro de madera y el caballo blanco, en su función fúnebre, iban guiados y por el sacristán del Asilo que portaba una sencilla campanilla que iba tañendo despacio, avisando de que por allí estaba pasando el entierro de una de la persona fallecida en el asilo. Un modesto sacerdote portaba una sencilla cruz alta que le llegaba a la altura de su cabeza. La ausencia de acompañantes en aquel acto religioso era total.
Recordemos, una vez más, que lo que ahora escribo es la impresión subjetiva que en mi han dejado aquel tipo de luctuosos acontecimientos.
El camino que, inexorablemente, debía recorrer aquella mínima comitiva fúnebre después de salir del Asilo hasta el cementerio de Señorín, era el siguiente: la antigua calle General Mola, luego, las actuales Curros Enríquez, Rosalía de Castro. Tomas María Mosquera y, a partir del Cruce de Rivadavia, ya se encaminaban hacia el cementerio… Muy bien podría decirse que casi, ese simbólico entierro, cruzaba todo el centro de nuestro pueblo, desde su parte Norte (Asilo), hasta su zona Sur (Iglesia de Señorín).

Mis recuerdos son, principalmente, de que estos entierros, ocurrían, principalmente, en invierno, sobre las 10 de la mañana, en días de lluvia fina y niebla.
Por aquella época (1945-50) la mayoría de los establecimientos comerciales abrían sus puertas a las 9 de la mañana Estos establecimientos, en su mayoría no disponían de calefacción y así permanecían (con las puertas abiertas de par en par) hasta las horas del cierre. En aquellos años, de profunda religiosidad, tan pronto se escuchaba el tañido de la pequeña campanilla que portaba el sacristán del Asilo, los dueños de los comercios, cafeterías, sastrerías, etc. etc., como muestra de respeto, daban orden de que se entornasen las puertas de sus locales, durante el tiempo que el humilde cortejo fúnebre pasaba por delante de sus locales. Era costumbre que al cruzar el ataúd frente a los citados locales públicos, la mayoría de las personas que se encontraban en su interior, respetuosamente, se santiguasen en su interior y musitasen, casi en silencio, una breve plegaria religiosa.
Estos gestos religiosos de respeto, eran, también, acompañados por las personas (en aquel entonces llamadas “chicas de servir”, muchas de ellas, incluso dormían en la casa de los señores con los cuales colaboraban, desde los pisos donde se encontrasen. Por supuesto, las que se encontraban cantando, acompañando sus labores de limpieza, de inmediato dejaban de hacerlo y, ya, también, cerraban (mejor, dejaban entreabiertas) las puertas de los balcones y se apartaban o escondían entre las celosías o contraventanas de los pisos donde se encontrasen… Y así, en sumo silencio, contemplaban pasar aquellos anónimos cuerpos muertos, colocados en sencillos ataúdes, colocados sobre un carro de madera del cual tiraba un caballo blanco. La comitiva iba presidia, humildemente, por el cura del asilo, y un sacristán con una pequeña campanilla, todo ello presidido por una modesta cruz que portaba el sacerdote.

Esta mezcla de silencios y, luego, suaves toques de campanilla, era como una especie de ola que venía recorriendo el pueblo La ola sonora comenzaba en el asilo y, a intervalos, se iba trasladando por todo el centro del pueblo, pues como ya hemos contado anteriormente, el final de esa última ola sonora se producía en el cementerio de Señorín. En mi “imaginario popular y complementando lo anterior, el paso del carro de madera, era una especie de sinfonía triste, cuyas notas estaban formadas por el chirriar de las puertas que se cerraban o entreabrían, visillos de ventanas que se cerraban, cuando pasaban ante ellas – las chicas de servir- la comitiva fúnebre. Lo hacían lentamente (chirriares muy tristes, al menos así a mí me lo parecía) después de haber abandonado las labores de limpieza y canciones que habían empezado a entonar.
Resalto que jamás escuché comentario alguno (1945-50) sobre la identidad personal de los que allí iban, sobre el carro de madera, a través de los visillos y dejaban de cantar las canciones que ya habían iniciado.
Recordemos: invierno, llovizna y una notable niebla, por ello no es de extrañar que la mínima comitiva, después de sobrepasar el “ Peto de Animas “ existente, todavía, frente a la Gasolinera del Cortés (véase foto adjunta) yo nunca he visto regresar desde el Cementerio de Señorín, al Asilo de los Ancianos, a esta modesta comitiva- carro de madera, caballo blanco, sacristán, campanilla y sacerdote, como si, realmente, se los hubiese engullido la niebla que en ese tramo final, desde el Peto de Animas al cementerio de Señorín, tramo en el cual, no había casa alguna y, la niebla, era muy espesa.

Lector, quizás, también, podía suceder que los muertos fallecidos en nuestro Asilo y que ya yacían en Señorín, estaban tan solos que cuando llegaba un cortejo fúnebre para hacerles compañía, durante días, aprovechaban para hablar con ellos, conversando sobre las nuevas noticias que hubiesen sucedido en la institución hasta que un nuevo fallecimiento les obligase a regresar al asilo proceder a enterrarlo, Este regreso debían de hacerlo de madrugada, por calles secretas, que solo ellos sabían para llegar de madrugada al asilo.
Al producirse un nuevo fallecimiento de las personas acogidas en nuestro Asilo de los Desamparados los habitantes do Carballiño contemplaban, otra vez, esa solitaria comitiva -tan triste- (carro de madera, caballo añejo blanco de tiro, sacristán con diminuta campanilla y sacerdote presidiendo el desfile con una cruz).
Nota: Música sugerida tristeza de Chopin
Curriculum de Juan Lois Mosquera :
Nacido en 1942-Bachillerato por libre en Colegio Isabel La Católica. Preuniversitario Instituto Otero Pedrayo de Ourense. Estudios de Perito Industrial Electricidad en Vigo ( los actuales Ingenieros Técnicos). Actividad profesional en la multinacional Siemens-Vigo (30 años) y Redcom – Vigo (Empresa de Telecomunicaciones). Desde su jubilación en el año 2.001,reside en O Carballiño.
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