A opinión de Míguel Mosquera Paans: ” Arbolitos”

Miguel Mosquera Paans, escritor


A nadie se le escapa que en esa loca carrera por ser el ayuntamiento más iluminado del país la factura del suministro eléctrico puede acabar siendo monumental, lo que hace reflexionar acerca de en qué mundo de Yupi anda más de un regidor. Por eso tampoco es de extrañar la pugna por conseguir el árbol navideño municipal más grande, sin importar demasiado dónde se instale. De este modo, en la guerra abierta aunque camuflada entre la Auria ciudad y la ciudad Olívica, por ver quién deslumbra con mayor potencia la vista de vecinos y transeúntes, los vatios se queman entre las pestañas incrédulas del parroquiano, al enterarse de que el antedicho árbol se instaló en la plaza Obispo Cesáreo, sin el imprescindible permiso de Patrimonio y la Xunta, con consecuencias que no pagará el regidor de su bolsillo sino   del de todos los vecinos mientras lo defiende gratis y por la jeta el abogado municipal.

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Dicen que en Ourense aterrizó el segundo árbol de mayor tamaño del país, mientras un alumbrado faraónico y ribetes neogóticos amenaza con cegar a los viandantes en la calle del Paseo, amagando que la gente no atine a conseguir entrar en comercio alguno o aterrizar de narices en el pavimento.

La pregunta obvia es cómo se pueden permitir tales desaguisados, y la respuesta está en el sustrato mismo del sistema de Estado, la democracia participativa, porque si bien por un lado cada ciudadano, a nivel particular es responsable civil y criminal de sus actos, el político está exento de la responsabilidad que se deriva, no de sus actos, pero sí de sus decisiones políticas. Es decir, que si cualquiera se equivoca se expone al trullo mientras el libre designado se escaquea.

Esto sucede porque el voto que cada ciudadano inserta en la urna no es un poder notarial nominal, donde figura el emisor y receptor del derecho, sino un acto anónimo, dado que el voto es secreto y, por lo tanto, al no poder demostrarse haber depositado la confianza en el candidato, resulta imposible reclamarle el cumplimento de la oferta electoral. Incluso es discutible que una demanda colectiva de la totalidad o la mayoría de los vecinos no acabase en saco roto, ante la imposibilidad de probar haber cumplido con el voto solicitado por el candidato, por mucho que sea esa mayoría quien lo siente en su escaño.

Esto es igual de válido para el ayuntamiento más pequeño y despoblado del territorio nacional, como para cualquier Gobierno constituido, no por sufragio universal ni alianzas preelectorales, sino por simples chanchullos postelectorales a los que llegan los flamantes elegidos por cada una de sus siglas, a espaldas del electorado que los encumbró.

Por lo general, el tejemaneje casi siempre se justifica alegando que así es la democracia, aunque lejos de la realidad no deja de ser una trampa que socava la voluntad popular. Ejemplo claro es que si la mayoría hubiera querido que en el Gobierno central gobernara el PSOE, lo habrían votado por goleada en lugar de apoyar a otras formaciones, ejemplo que se repite en la ciudad ourensana. Por desgracia, la realidad más lacónica es que, exhortado el riesgo de reclamación por las decisiones tomadas en ejercicio de su cargo, una lamentable cantidad de cargos públicos, ante la eventualidad de que un secretario o un interventor le aclaren que cierta acción no se puede llevar a cabo, el político tira de una asesoría externa pagada con dinero público para pasarse la norma por donde Caperucita lleva la cestita, hecho que probablemente no podría sostenerse en un juzgado.

Calentando los motores para las fiestas navideñas y mirando cara a las próximas y cercanas elecciones municipales, la vecindad recuerda que a los buenos siempre le salen imitadores, así Ourense está, no levantado en busca del tesoro como el Madrid de Ruiz Gallardón, sino acotado con vallas, conos de obra y cintas de peligro, cerrando media calle para cambiar la baldosa de una acera.

Volviendo al arbolito de marras, a quien presume de haber instalado el segundo más grande de

España, cabe recordarle las acertadas palabras del  campeón mundial de Fórmula-1, Fernando Alonso, al afirmar categórico que el segundo simplemente es el primero de los últimos.


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